jueves, 20 de noviembre de 2014

LA TRAGEDIA DE GUACHIPAS Y EL ESTADO DE DERECHO

La muerte de cuatro trabajadores enviados a sofocar un enorme incendio en zona rural suscita dolor, indignación, cuestionamientos y dudas. En paralelo, y sin perjuicio de sentimientos legítimos e inquietudes razonables, la tragedia de Guachipas interpela al Estado de Derecho provincial, a nuestras instituciones y al funcionamiento de la administración salteña.

En este sentido, comenzaré señalando que los hechos a los que me refiero precisan ser investigados por instancias y expertos independientes. Por personas en condiciones de desentrañar lo ocurrido y, sin presiones externas, determinar las responsabilidades.
Sería aconsejable, además, que un grupo de expertos señalara los caminos para que esto no vuelva a suceder; para que la improvisación, la discrecionalidad, la opacidad y la precariedad sean, de aquí en más, sustituidas por la planificación, las reglas, el énfasis en la transparencia, la prevención y el equipamiento suficiente.

Dicho esto, se impone una pregunta: ¿Contamos con una autoridad independiente en condiciones de investigar lo sucedido, auditar el comportamiento de la cadena de mandos y deslindar responsabilidades? Lamentablemente la respuesta es negativa.
El Poder Ejecutivo provincia, a consecuencia de comportamientos inveterados, concentra en sus manos todo el poder del Estado y diluye o frustra cualquier intervención de personas u órganos que no se sometan a sus dictados hegemónicos. Esta obsesión por la manipulación política quebró los márgenes que, en las repúblicas democráticas, distinguen la esfera del gobierno (regida por la política subordinada a la Constitución y a la ley) del ámbito propio de la administración que debe regirse sólo por la legalidad vigente.

Por tanto, aunque es improbable que el Poder Ejecutivo escuche este pedido, pienso que la tragedia de Guachipas reclama una investigación exhaustiva, imparcial, transparente, ágil y alejada de los fragores de la política minúscula.

El papel de la justicia
Como se sabe, la depuración de responsabilidades administrativas y penales, así como la reparación de los daños humanos y materiales es, en todos los supuestos, función del Poder Judicial provincial y, en su caso, del Ministerio Público.

Y tropezamos aquí como la misma piedra. La presencia de una férrea voluntad que se propone controlar a jueces y fiscales (aunque no siempre lo logre), conspira contra aquella necesaria depuración de responsabilidades.
La actual conformación del Consejo de la Magistratura y del Jurado de Enjuiciamiento, y las vigentes reglas de selección de magistrados, sintonizan con aquella voluntad y alimentan todo tipo de sospechas y suspicacias.

En este contexto, es harto probable que los familiares de las víctimas de la tragedia de Guachipas choquen contra el deficiente funcionamiento de la Justicia salteña. Y no me refiero aquí al caso de ningún juez en particular, sino al de una maquinaria lenta hasta la exasperación, incapaz de satisfacer en tiempo y forma legítimas demandas de las personas. Las quejas sin respuesta de las víctimas de accidentes de tránsito son ejemplos elocuentes de esta lacra institucional.
Aunque no es bueno apelar a factores emotivos, creo que es tiempo ya de que algunas instancias judiciales de la provincia dejen de lado criterios mezquinos que llevan a tasar el valor de la vida humana en cifras muy inferiores a las que recogen y admiten tribunales de otras jurisdicciones.

Por otra parte, sería un gesto loable que el Poder Ejecutivo se apresurara a celebrar acuerdos con los familiares de los fallecidos, evitándoles el calvario de una justicia morosa. En tales acuerdos, las autoridades deberían acceder a la reparación integral, sin escudarse en la indemnización tarifada del régimen de accidentes de trabajo. Lo que, naturalmente, implica admitir sin litigio que las muertes se produjeron en una situación en donde las medidas de prevención y los medios protección fueron inadecuados o insuficientes.
Pero hay dos cosas más que el Gobierno debería hacer en homenaje a las víctimas que murieron en cumplimiento de su deber:

De un lado, definir planes operativos y revisar el equipamiento de los distintos servicios encargados de hacer frente a las emergencias colectivas. Y, de otro, acabar con las contrataciones de personal en fraude de ley. No hay ningún argumento que pueda justificar que un porcentaje importante de empleados públicos de la Provincia ingresen a través de la ficción de la locación de servicios, y se vena condenados a inscribirse como monotributistas, sufragar sus servicios sociales precarios, y resignar sus derechos laborales.     

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