domingo, 20 de enero de 2013

Nuevas y viejas formas viciadas de ejercer el poder

Si los ciudadanos que no actúan en política conociesen los entresijos del poder, seguramente se echarían a temblar. Sobre todo, si lograran desentrañar las nuevas formas de mando y obediencia que vertebran hoy el ejercicio de los poderes del Estado. En realidad, aquello que nos enseñaban en escuelas y Facultades acerca de que cada Poder actúa o habla a través de productos institucionales específicos (decretos, leyes, sentencias, resoluciones), ha dejado de reflejar la realidad.

Aquel pasado reciente, en donde bastaba consultar los Boletines Oficiales, los Diarios de Sesiones o los repertorios de jurisprudencia para conocer el contenido de las decisiones oficiales, está siendo remplazado por una intrincada red de órdenes, instrucciones y decisiones que, dada su opacidad, escapa al control democrático de los ciudadanos. Hoy, una gran parte del poder fluye por fuera de los carriles institucionales y se centra en reuniones informales, en “mesas chicas”. Una veces el poder se ejerce en diálogos de alcoba, en simples llamadas telefónicas o en amables reuniones sociales y diplomáticas; otras, a través de órdenes secretas (como la que amenaza con liquidar la carrera política de los intendentes de Bariloche y de Cerrillos).

Pero, más grave aún, el poder se expresa también en gestos y silencios, en alocuciones radiotelevisivas o en mítines en donde el orador sigue el guion aprobado por sus asesores de imagen o sucumbe ocasionalmente al dictado de sus vísceras.

Los obedientes que integran las redes a través de las cuales se ordena y manda, se ven en figurillas para interpretar gestos, guiños, rabietas o silencios. De allí la necesidad de contar con “operadores”, esa nueva raza que moviéndose en las sombras, traslada, controla, premia y castiga en nombre del poder.

La supresión de las reuniones de Gabinete, la destrucción de los Partidos Políticos y la ruptura de los vínculos entre electores y elegidos, apuntan a facilitar esta nueva forma de ejercer el poder; un poder que genera espacios secretos, que exige lealtades incondicionales, que precisa demostrar diariamente su eficacia, y que procura eternidad e impunidad.

¿A quién o ante quién responden concejales y diputados elegidos en listas sábanas y bajo el patrocinio de partidos fantasmas? Muchos de ellos se consideran delegados, no del pueblo, sino del líder supremo que facilitó y financió su elección y del cual seguramente depende su relección.

Cuando habla, el Vértice del poder, sienta doctrina, instruye y manda, sin que sus órdenes pasen por engorrosos dictámenes ni terminen en las gacetas oficiales. Los ubicados escalones más abajo, saben a qué atenerse: Si ese vértice demoniza ideas o personas, los funcionarios saben que deben cancelar audiencias, eliminar libros de las bibliotecas o acelerar las acciones judiciales.

Es lo que los españoles llaman “situarse”, para expresar la especial aptitud que se requiere de ministros, subsecretarios, directores y jefes de despacho: La de sintonizar con el líder, de anticiparse a sus deseos. Si el Presidente habla contra los gordos o los calvos, los verticalizados (sean estos jueces, diputados o altos ejecutivos) saben a qué atenerse; no precisan, como antes, de una llamada telefónica que alguien pudiera estar grabando. 

No se piense que los poderes de esta índole son eficaces sólo dentro de las instituciones del Estado o frente a representantes y magistrados. Como lo demuestra el caso de la Argentina contemporánea, este poder está preparado para determinar quién gana y quién pierde en amplios espacios de la actividad privada. Es así que para evitar encontronazos, muchas compañías -también muchos sindicatos- se ven obligados a silenciar opiniones, a remplazar directivos antipáticos, a asistir y aplaudir. El poder todopoderoso puede también influir en lo que se traslada a nuestros televisores, cambiar la grilla de comentaristas y analistas y amoldar la presentación (o el ocultamiento) de las noticias.

Por supuesto, no todos pueden ejercer el poder este modo. Al menos no siempre, y menos cuando funcionan las instituciones de la república y sus órganos de control, comenzando por la presencia de un electorado culto y activo.

Es por eso que aquel que ocupa el Vértice, se siente obligado a demostrar a diario que cuenta con los medios para torcer resistencias y acallar críticas. Imaginemos, sino, por algún momento, como deben sentirse los miles de Intendentes elegidos en la Argentina por el voto popular ante las recientes muestras de contundencia de las órdenes impartidas desde Olivos o desde Las Costas.

Asistimos, no solo en Salta y en la Argentina, a una concentración excesiva del poder, en manos que buscan acumular recursos para mandar, para controlar opiniones, para defenestrar a eventuales adversarios. Ahora, más que nunca, comprendo a mi profesor de Introducción al Derecho de la Universidad de Tucumán cuando, con su particular y temible sonrisa, nos enseñaba que el poder no es nada más pero nada menos que la facultad de hacerse obedecer.