domingo, 6 de enero de 2013

Trasvasamiento ideológico bajo el rótulo peronista


Los antecesores del kirchnerismo lo habían intentado en los años 70 anunciando su pretensión de imponer, por las bravas, una “patria socialista”. Una operación que, vista a la distancia, no solo apuntaba a heredar al caudillo tras su inexorable muerte, sino a refundar al movimiento peronista sobre parámetros ideológicos que basculaban entre versiones, tan extremas como superficiales, del marxismo y del cristianismo.

Un experimento que terminó con la expulsión de los herejes decretada por Perón, la caída de la precaria democracia setentista, y la instauración de una feroz dictadura.

Hoy aquel movimiento histórico sufre una operación en la que es fácil reconocer analogías con tan triste pasado. Muerto el líder, domesticado el movimiento obrero oficial, desarticuladas las expresiones políticas de raigambre peronista, envejecidas todas sus ortodoxias, los expulsados de la Plaza de Mayo y los nuevos “militantes” de la antigua tendencia, lograron lo que no pudieron lograr en los años 70: apoderarse del Estado, controlar férreamente las estructuras del movimiento, instalar nuevos dioses en sus altares, y formular “un proyecto de país” sectario y excluyente.

Cuando aludo al envejecimiento de las ortodoxias, pienso en las ideas que sostenían al movimiento peronista y en la incapacidad de sus fieles para remozarlas adecuándolas a los nuevos tiempos.

Si bien el peronismo fue y es el reino del pragmatismo y de todas las ambigüedades, “La Comunidad Organizada” (1949) recoge las ideas fundamentales que sirvieron para erigir su enorme edificio político. Un documento liminar que, años después y consciente de sus limitaciones para navegar en los mares de la posguerra, el mismo Perón intentó actualizar: En 1971, en un discurso que incurre en el trágico error de alentar el terrorismo, y en 1974 que presenta la versión casi socialdemócrata del Perón exiliado.

La parálisis intelectual de la ortodoxia peronista

Quienes se reclaman ortodoxamente peronistas han sido incapaces, hasta aquí, de repensar las bases programáticas del segundo movimiento histórico. Se manifiestan impotentes para comprender qué está sucediendo al amparo del histórico rótulo del peronismo. Dedican horas a leer los textos clásicos, los mensajes de Perón, sus apotegmas y sus instrucciones, sin encontrar en ellos los nuevos rumbos que pudieran permitir la reconstrucción del mejor legado peronista centrado en la paz, la justicia social y la Constitución Nacional que esa ortodoxia terminó de aceptar tras la histórico Pacto de Olivos (1993).

Mientras esto sucede, el kirchnerismo ha dibujado un nuevo movimiento que (salvo quizá todavía en el Norte argentino) cada vez menos apela a la mitología peronista. Las ideas fundacionales, los programas históricos, los símbolos están siendo prolijamente remplazados; en unos casos las novedades representan una simple actualización, pero en otras importan la lisa y llana negación de aquella herencia.

Es así como el magisterio del filósofo Carlos Astrada (que inspiró “La Comunidad Organizada”) o de Arturo Enrique Sampay (el jurista que modeló la Constitución de 1949 y soñó con una teoría justicialista del Estado), es arrumbado por el kirchnerismo que encuentra en MOUFFE y LACLAU sus inspiradores de mayor calado intelectual.

Conviene, sin embargo, advertir que estos nuevos anclajes ideológicos son, a su vez, objeto de manipulaciones, vulgarizaciones y herejías por parte de la pragmática kirchnerista que, por ejemplo, prefiere la “confrontación antagónica” que define enemigos, a la “confrontación agónica” propuesta por MOUFFE y que considera a “ellos” como simples adversarios.  

Dentro del complejo ideario intelectual de MOUFFE caben atinadas especulaciones orientadas a reforzar el pluralismo, junto a otras que, manipuladas, abren caminos a delirios autoritarios. Es el caso, por ejemplo, de sus críticas al “creciente predominio del poder jurídico”, que viene como anillo al dedo para fundamentar la actual ofensiva kirchnerista contra los jueces independientes (que, por supuesto, exculpa a los jueces amigos). Y también de sus ambiguas consideraciones que dejan abiertas puertas para remplazar la política por la violencia; y esto que puede sonar ingenuo en Bruselas, resulta altamente peligroso en la Argentina pos-peronista.

Cabe añadir que las críticas de MOUFFE al consenso político están en las antípodas de los postulados peronistas contenidos en “La Comunidad Organizada”. Pero, leídas en clave kirchnerista, sirven también para rechazar el consenso constitucional y legitimar lecturas simplemente mayoritarias de nuestro orden jurídico fundamental.  

La reconstrucción de un pensamiento democrático, liberal y progresista

Sería deseable que el arco político no kirchnerista (mejor si suma a la ortodoxia peronista), asumiera la responsabilidad de repensar la Argentina en el mundo y de definir los caminos para hacer realidad el ideario constitucional, comenzando por la consolidación de la paz interior, las libertades, la justicia y el bienestar.

Una tarea difícil, que plantea a cada una de esas fuerzas políticas (en donde anida la regeneración de nuestro país), el desafío de la autocrítica y de dejar atrás el encantamiento de sus textos liminares. Deleitarse añorando “las esencias” ni construye mayorías, ni sirve para gobernar.
 
(Para El Tribuno de Salta)