martes, 9 de octubre de 2012

SINDICALIZACIÓN Y PARTICIPACIÓN DEL PERSONAL MILITAR, POLICIAL Y DE SEGURIDAD

El reciente conflicto que alteró la normal actividad de la Prefectura Naval Argentina y de la Gendarmería Nacional es, a mi entender, un conflicto de naturaleza laboral en donde determinados sectores de funcionarios y empleados del Estado nacional deciden peticionar en defensa de sus derechos profesionales y protestar por la novación de sus condiciones de trabajo.

Este conflicto colectivo de trabajo dejó de manifiesto tanto la impericia de quienes ocupan los altos cargos ministeriales, como la existencia de rutinas autoritarias en la gestión de las relaciones laborales. Vale decir, el conflicto permitió que la ciudadanía sepa que el Ministerio de Seguridad y los altos mandos de ambos institutos dirigen los asuntos de personal de forma unilateral y autoritaria.

Lamentablemente, treinta años de democracia no han logrado revisar criterios obsoletos que confunden organización vertical y férrea disciplina interna (ciertamente necesarios en organismos policiales, de seguridad y defensa), con la ausencia total de participación de empleados y funcionarios públicos en los asuntos relacionados con sus condiciones de trabajo.

A estas alturas, el Estado (en su versión nacional y provincial) debería cerrar un capítulo y abordar la gestión de las relaciones laborales en el sector con criterios acordes con los nuevos tiempos y con los compromisos internacionales.

Por lo pronto, las leyes argentinas deberían reconocer explícitamente el derecho de los funcionarios policiales a constituir sindicatos, con las modulaciones que sean necesarias en atención a la especial misión que la república les encomienda. Adviértase que, aún en ausencia de tal pronunciamiento normativo, es posible, apelando al bloque constitucional federal, afirmar que el personal policial dispone del derecho a la libertad sindical en ausencia de una exclusión expresa.

En este orden de ideas, el personal de la Prefectura Naval debería disfrutar de este derecho fundamental. Lo normal sería, entonces, que estas nuevas organizaciones sindicales, debidamente reconocidas y tuteladas, puedan participar en la negociación de sus condiciones de trabajo como sucede con el resto de los empleados del Estado argentino.

En lo que atañe al personal militar de las fuerzas armadas (incluyendo a la Gendarmería Nacional), la solución participativa, al uso en democracias más avanzadas, reside en la constitución de Consejos bipartitos integrados por delegados del Gobierno y por representantes elegidos mediante voto secreto y directo por el personal de cada una de estas fuerzas, con la misión de abordar toda la problemática propia de las condiciones de trabajo.

El reconocimiento, también modulado, del derecho a la negociación colectiva, contribuiría al buen funcionamiento de los institutos y, como no, a la democratización de las relaciones de empleo público, incluso en el proceloso campo de las fuerzas armadas y de seguridad.

Vaqueros (Salta), 5 de octubre de 2012.

(Para CLARIN de Buenos Aires)

domingo, 7 de octubre de 2012

CERTEZAS MASIVAS QUE SE DERRUMBAN (SIN RELEVOS A LA VISTA)

Las sociedades humanas, desde siempre, precisan dotarse de un conjunto de certezas masivas que les permitan existir y desarrollarse. Bien es verdad que, a lo largo de la historia de la humanidad, tales certezas han ido mutando, de modo que, cuando se derrumban las antiguas y mientras emergen las nuevas, estamos condenados a vivir tiempos de crisis.

Como se sabe, tras la segunda guerra mundial emergieron grandes certezas masivas alrededor de dos modelos de organización social: las democracias occidentales capitalistas y las democracias comunistas del Este. Cada uno de estos órdenes en pugna edificó instituciones, construyó un sistema de valores, exaltó sus triunfos y procuró ocultar sus vergüenzas.
En 1989 las certezas del “socialismo real” se derrumbaron arrastrando a los regímenes del Este y provocando grandes impactos también en el Occidente donde el comunismo era para muchos una esperanza y, si se quiere, un factor de equilibrio[1].
Desde entonces y con el auxilio de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación en el panorama mundial se consolidaron convicciones alrededor de la supremacía de las democracias de corte occidental con economía de mercado y Estado de bienestar.

Fueron varias las naciones que iniciaron el giro hacia el nuevo paradigma. Otras muchas (como es el caso de la Argentina y España) decidieron acelerar y profundizar las reformas que, se esperaba, habrían de permitirles integrarse al exigente nuevo mundo y resolver antiguas carencias y conflictos.
Se trataba, entonces, de construir democracias representativas con primas a las mayorías[2] (para promover la gobernabilidad); de consolidar una suerte de bipartidismo apto para gerenciar el modelo, con matices de derecha e izquierda; de sanear aparatos productivos en aras de la transnacionalización y la competitividad global; de expandir el Estado de Bienestar hasta donde lo permitiera la lógica de acumulación capitalista; de derrumbar controladamente las fronteras nacionales; de estructurar las sociedades en función de una idea del éxito personal y colectivo; de liberar la producción de regulaciones, aun a riesgo de dañar los intereses generales.

La coordinación regional de políticas y la construcción de monedas estables (el euro o el peso convertible, por ejemplo) fueron los desafíos supremos, planteados y asumidos en aras de generar las condiciones para la prosperidad local y la integración en la indetenible globalización. Metas ambiciosas que, por supuesto, implicaban sacrificios individuales y colectivos que difícilmente los Estados (el argentino menos que otros), en marcha hacia tan sólidas certezas, podían compensar de modo suficiente.

El fin del paradigma poscomunista
Ideologización, errores de diseño, asimetrías globales, cansancios colectivos, mala gestión política, inequidades, corrupciones y exacerbación del afán de lucro son algunas de las causas que condujeron al derrumbe estrepitoso de aquellas certezas.

Mientras los seres humanos de todas las latitudes comprobábamos, con una mezcla de estupor e indignación, tal derrumbe y sus consecuencias dañinas, no logramos construir las nuevas certezas que habrían de permitirnos alumbrar una imprescindible era de libertad, paz y justicia. En el centro de esta incapacidad, tan transitoria como exasperante, sobresale la ausencia de pensadores en condiciones de explicar lo sucedido y proponer un nuevo rumbo ilusionante.
Diríase que esas carencias han comenzado a disminuir en el mundo de las ciencias políticas, en donde el concepto de democracia constitucional (FERRAJOLI[3]), las propuestas de mayores espacios de autonomía individual y colectiva, y las ideas en favor de criterios de representatividad de todas las minorías, preanuncian la construcción de un marco político institucional más democrático, libre y tendencialmente igualitario.

No cabe, por supuesto, suponer que el curso cansino de los acontecimientos habrá de conducirnos automáticamente a un futuro tal; tampoco es prudente desdeñar los peligros que, al socaire de la crisis, representan el autoritarismo, el populismo, la desmesura, el mesianismo el híper-liberalismo y otras formas de degradación de la democracia clásica (TODOROV[4]). 

En el terreno económico las cosas están, penosamente y pese a los esfuerzos de pensadores como KRUGMAN[5], menos claras; sobre todo en el arduo debate que enfrenta a los defensores de la austeridad a ultranza con los promotores de incentivos económicos de corte keynesiano. Sin embargo, pareciera que la globalización tal y como fue presentada en las últimas dos décadas ha de sufrir una postergación indefinida, en tanto ni las naciones ni las instituciones supranacionales están preparados para el gobierno global. La pregunta que se impone es si durante este largo interregno volveremos a la autarquía (cierre generalizado de fronteras al tránsito de personas, capitales y mercancías) o si es más aconsejable reforzar las instancias regionales o subregionales.
Existen, a mi entender, dos ámbitos sustantivos y un espacio metodológico donde la globalización no puede ni debe retroceder: me refiero a la defensa del ambiente frente a los riesgos globales (BECK[6]), a la cosmopolitización de los derechos fundamentales, y a la mirada cosmopolita para comprender y situarse en la ciudad y el mundo. Y un tercer ámbito en donde debieran revisarse los instrumentos sin renegar de los grandes objetivos: promover los intercambios internacionales en un marco de igualdad de oportunidades y no discriminación.

Cuando la mirada se vuelca hacia los aspectos personales y sociales, se hace patente la necesidad de fuerzas e instituciones democráticas en condiciones de poner fin a la sed ilimitada de riquezas, de desalentar el consumismo, de armonizar el crecimiento demográfico con las restricciones que marca la naturaleza (SARTORI[7]), y de recentrar los valores (CORTINA[8]). La crisis contemporánea revela hasta qué punto los mega-millonarios del mundo y sus socios, tras haber generado la explosión, han puesto a salvo sus patrimonios y privilegios.

El nuevo mundo por construir tendrá púes que apostar fuertemente por la paz, la solidaridad, la familia, la responsabilidad, la sobriedad en las costumbres, la ética republicana, la igualdad de oportunidades y el respeto a todas las diversidades. Si bien muchas personas lo han advertido ya, la consolidación del nuevo escenario aquí esbozado  patentizará la imprescindible necesidad de redefinir los conceptos de éxito y vida buena o realizada (FERRY[9]).
Vaqueros (Salta), 6 de octubre de 2012.
 
(Una versión reducida de esta nota se publica en "El Tribuno"  de hoy)

[1] Sobre este y otros puntos de interés para esta nota, véase HOBSBAWM, Eric “Cómo cambiar el mundo”, Editorial CRITICA, Buenos Aires – 2011.
[2] Las leyes electorales “corregían” el principio de igual valor del voto argumentando la necesidad de promover la construcción de mayorías que, a su vez, facilitaran el gobierno de sociedades crecientemente plurales. Los pisos electorales y otras técnicas excluyeron a muchas minorías y, en más de una ocasión, forzaron la polarización de la ciudadanía. El caso del régimen electoral salteño muestra la exacerbación de estas técnicas “correctoras” que “fabrican” híper-mayorías y segregan a las minorías (GOMEZ DIEZ, Ricardo “Democracia, valor del voto y representación política en Salta”, 2012). 
[3] FERRAJOLI, Luigi “Poderes salvajes. La crisis de la democracia constitucional”, Editorial TROTTA, Madrid – 2011. Al prevenir contra los efectos de las seudo democracias mayoritarias, TODOROV señala que “para evitar que la voluntad del pueblo sufra los efectos de una emoción pasajera o de una hábil manipulación de la opinión, debe ajustare a los grandes principios definidos tras una madura reflexión y consignados en la Constitución del país, o simplemente heredados de la sabiduría popular” (TODOROV, Tzvetan “Los enemigos íntimos de la democracia”, Editorial GALAXIA-GUTEMBERG, Buenos Aires – 2012, página 13).
[4] TODOROV, T. obra citada. Del mismo autor “El miedo a los bárbaros”, Editorial GALAXIA-GUTEMBERG, Barcelona – 2008.
[5] KRUGMAN, Paul “Acabemos ya con esta crisis”, Editorial CRÍTICA, Buenos Aires – 2012.
[6] BECK, Ulrich “La mirada cosmopolita, o la guerra es la paz”. Editorial PAIDOS, Barcelona 2005.
[7] SARTORI, Giovanni “La tierra explota. Superpoblación y desarrollo”, Editorial TAURUS, Madrid – 2003.
[8] CORTINA, Adela, CAMPS, Victoria y GARCÍA DELGADO, José Luis “Democracia de calidad frente a la crisis”, documento del Circulo Cívico de Opinión, Madrid – 2012: “Los años de bonanza económica pasados han propiciado una cultura de la irresponsabilidad y del dinero fácil, que ha traído consigo corrupción, evasión de impuestos y un consumismo voraz. Si algo puede enseñar la crisis es que debe cambiar la jerarquía de valores transformando las formas de vida, entendiendo que el bienestar no se nutre solo de bienes materiales y consumibles. Formas de vida que fortalezcan cultural y espiritualmente al individuo y a la sociedad con valores como la solidaridad, la cooperación, la pasión por el saber, el autodominio, la austeridad, la previsión o el trabajo bien hecho”.
[9] FERRY, Luc ¿Qué es una vida realizada?  Para este autor, “en el universo del consumo globalizado, todo sucede como si la realización de la vida no guardase relación alguna con la identificación de un principio cósmico, religioso o utópico, sino simplemente con la voluntad de poder, es decir, con la identificación máxima de la propia existencia individual. Ante la ausencia de toda referencia exterior o superior al individuo, la vida buena es la vida vivida mas plenamente, es aquella en la que uno es verdaderamente uno mismo…” (página 57).