sábado, 19 de mayo de 2012

Educar la sexualidad

La resistencia de los sectores archiconservadores a poner en marcha adecuados programas de educación sexual, en las escuelas, pero no solo en ellas, esta en la raíz de varios problemas sociales graves en la Salta contemporánea, entre los que sobresalen las niñas embarazas y las prácticas sexuales acompañadas de violencia.

Ambos asuntos aparecen arrinconados en los partes médicos y en las noticias policiales, sin que nadie se anime a abordarlos desde puntos de vista diferentes. O, lo que es aún peor, van integrándose en la crónica de una normalidad aberrante.
El Gobierno de la Provincia, que profesa la ideología más reaccionaria en esta materia, intenta ignorar los problemas y elude los desafíos. En la vereda de enfrente, hay sectores favorables a la educación sexual que pretenden reducirla a la divulgación de técnicas anticonceptivas o a clases de anatomía y fisiología realísticas.

La idea de que el sexo es solamente una función ligada a la reproducción de la especie, es propia de quienes conocen el tema a través de dogmas, dichos y mitos que, en algunos casos, conducen a prácticas lesivas a la dignidad humana cuando no contrarias a esos mismos dogmas.
La sexualidad es una dimensión esencial de la persona humana. Una dimensión fantástica, enriquecedora, poderosa, creativa, física y espiritualmente bella.  

Pero para muchos salteños la sexualidad conecta con la cultura del machismo que castra las relaciones entre la mujer y el varón. Aunque no siempre, el machismo alimenta comportamientos violentos. Física, psicológica o sociológicamente violentos.

Es el machismo vallisto el que impone conductas en muchas parejas, en los estrados judiciales, en las charlas de familia, en rueda de amigos, y en los comentarios de vecinos sorprendidos por las noticias de niñas embarazadas, turistas violadas, mujeres golpeadas.

Pienso que un hipotético programa de educación sexual debería tener un primer capítulo referido a la dignidad de los seres humanos y a la igualdad de los géneros realmente existentes. Un capítulo que desarticule las raíces de aquel machismo vallisto y que nos impregne de respeto por el cuerpo, el alma y la libertad del otro.

Un segundo capítulo atendería a las relaciones entre sexo y libertad. Para explicar que el sexo solo es humano y espléndido cuando es el resultado de dos voluntades libres guiadas por sentimientos que inundan el corazón y nublan la razón. No podría faltar un capítulo dedicado al erotismo como una dimensión esencialmente humana. Y sería recomendable un capitulo sobre sexo y política, que anatematice los acosos, el uso del poder para conseguir favores sexuales, y la instalación de amantes ocasionales en los presupuestos del Estado.

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