viernes, 12 de agosto de 2011

Homenaje al doctor Ricardo Munir Falu

Ha muerto el doctor Ricardo Munir FALU, uno de los grandes protagonistas de la política salteña, desde que en los años cincuenta comenzara su actuación en las filas del peronismo.

Fue un demócrata, versado jurista y convincente orador; un hombre de ideas que hizo gala de su vocación de diálogo.

Pero, por sobre todas las cosas, fue un hombre libre, enamorado de la libertad de pensar, de actuar y de crear; que no concebía tales libertades como antagonistas de la igualdad. Las cosas locales le preocupaban, pero advertía la necesidad de integrarlas en una visión cosmopolita.

En los últimos 3 años, el doctor Ricardo Falú me dispensó el honor de largas conversaciones sobre asuntos no solamente políticos. Su talento para interpretar los acontecimientos de nuestra historia reciente, era equiparable a la lucidez con que reflexionaba sobre el futuro de Salta y de la humanidad.

En estas conversaciones, por encima de sus opiniones, siempre bien construidas, siempre abiertas a la crítica y a la autocrítica, me impresionaban tres cosas:

En primer lugar su invariable optimismo, fundado no en un voluntarismo inocente, sino en la capacidad de diagnosticar los problemas e imaginar soluciones alrededor de aquellos ejes de libertad e igualdad.

En segundo lugar, su decisión de dejar atrás los agravios recibidos a causa de sus convicciones y de su trayectoria; los vejámenes a los que lo sometiera la dictadura instaurada en 1976 no condicionaban sus opiniones ni alimentaban deseos de venganza, lo que para mí era un signo de grandeza de espíritu.

Me impresionaban y atraían, por último, sus inmensas ganas de vivir reflejadas en sus ojos siempre despiertos a lo nuevo, curiosos y llenos de luz. Seguramente había leído a Montaigne; pero aunque ello hubiera sucedido mucho tiempo atrás, su vida de octogenario evocaba las costumbres, los modos y el ideario de aquel francés ilustrado.

Sufrió en silencio y con gran dignidad la ingratitud que en los últimos tiempos le demostraba el Partido al que había dedicado años de su vida. Lo hizo con gran dignidad, sin reproches, convencido quizá de que ello era un signo de los tiempos o un servicio más a sus convicciones juveniles.

Pero en realidad, estas cosas menores, casi personales, no ocupaban su tiempo. Había que pensar en el futuro, sin olvidar el pasado.

En fin, fue la del doctor Ricardo Falú una personalidad fascinante, que mantuvo su entusiasmo y su fuerza intelectual hasta el último aliento, desmintiendo, como todavía lo hacen Edgar MORIN y Estefan HESSEL, a quienes ven en la acumulación de años un signo de irreversible decadencia.

martes, 9 de agosto de 2011

Crimen y clasismo (a propósito de los asesinatos en San Lorenzo)

Luego de los notorios avances realizados en la investigación de los crímenes perpetrados en San Lorenzo y que estremecieron a la opinión pública global, me atrevo a traer aquí algunas consideraciones sometidas, como no, a los filtros de la prudencia.

La primera de ellas tiene que ver con los sorprendentes intentos de imponer una lectura clasista del múltiple crimen.

Diversas usinas procuraron, con mala intención o cándidamente, dividir al universo de sospechables en dos grandes grupos: los lugareños pobres y los hijos del poder.

Más que identificar a los asesinos, se trataba de explicitar una larvada lucha ideológica que propone dividir a los salteños (o a los transeúntes) en ricos y pobres, rodeando a cada grupo de todos los vicios o de todas las virtudes, según el gusto de los improvisados sociólogos.

Esto conecta con la peligrosa tendencia de mirar los acontecimientos, sobre todo el crimen, según filtros elementales.

Así, un ladrón es menos ladrón si en vez de haber nacido en Salta, nació en provincias o naciones vecinas; una violación es más deleznable si ocurrió en las inmediaciones de mi domicilio, que si sucedió en Catamarca.

Siguiendo esta absurda manera de razonar, el asesinato es más o menos repugnante según la pertenencia ideológica o social del asesino y de su víctima. Y, por supuesto, a los sospechosos, para quienes así piensan, hay que buscarlos en el universo de personas que concitan sus fobias, recelos, desconfianzas o resentimientos.

Esta falsa lógica es la que lleva, por ejemplo, a criminalizar la pobreza o a construir listas de sospechosos en razón del color de la piel, de la dureza del pelo, de los modos de hablar o de vestir.

Mientras unos temen a los morochos que se divierten en bailables donde luce el cartel “damas gratis”, otros recelan de quienes asisten a fiestas cuya entrada vale 25 euros.

Es bueno recordar que la responsabilidad penal es siempre individual y que la función del Estado es atribuirla, con todas las garantías legales, comunicándolo a la opinión pública.

Por supuesto, este principio funciona mejor allí donde los ciudadanos confían en sus instituciones; o, lo que es lo mismo, allí donde las instituciones se han ganado la confianza de sus ciudadanos por su buen hacer y su buen comunicar.

Por encima de errores y tropiezos cometidos por los representantes del Estado, más allá de frivolidades de café o de imprudencias periodísticas, lo cierto es que las autoridades han logrado un éxito que merece el reconocimiento de todos.

Se abre ahora un tiempo de balances, de rectificaciones y de intercambios que nos permitan sacar conclusiones y mejorar nuestra seguridad y, por tanto, nuestras vidas individuales y en comunidad.