miércoles, 23 de febrero de 2011

Industrialismo setentista

Me referí en una anterior columna a la industria de la empanada, con pretensión de elogiar al salteño producto tanto como reivindicar su potencial carácter industrial. Al parecer no logré explicarme con la necesaria claridad, pues varios amables lectores y oyentes me reclaman explicaciones.

Diré entonces que las ideas dominantes en los años 70, de cuya inusitada vitalidad dan cuenta los discursos oficiales que se elucubran en Las Costas y en Olivos, hablaban (y hablan) de dos destinos manifiestos. Según el primero, la Argentina tenía (y tiene) reservado un Destino de Grandeza que en cualquier momento se hará presente, sobre todo si los que dicen tener poderes para ello “continúan cambiando el futuro” mientras “hacen realidad la esperanza”. El segundo Destino es el de la Argentina Potencia Industrial.

Y cuando se habla de este modo, se alude a un futuro venturoso que está escrito en libros arcanos y que descenderá sobre nosotros como el Maná que cayó del cielo. Tratándose de un Destino, inútiles son los esfuerzos personales y colectivos; solo hace falta fe y paciencia.

Para quienes así piensan, nuestro inexorable Destino Industrial convierte a la agricultura y a la ganadería en un accidente de la historia; en mitos de la oligarquía vacuna. Nuestro Destino Industrial no se satisface fabricando sillas, galletitas o motocicletas. Lo nuestro es la aviónica, las acerías, los automóviles, la energía atómica.

Lo progresista, lo que nos acerca a nuestro Destino, es la Industria Pesada y no esa nadería de fabricar alimentos o recibir turistas. Curiosa leyenda ésta, en un mundo que huye de la producción contaminante o no sustentable ambientalmente.

Pero estas son las ideas en boga. Y las consecuencias están a la vista: "La soja es un yuyo", las industrias de la alimentación "son expresión de subdesarrollo", "fabricar quesos o jamones o empanadas o contenidos cultuales es impropio de una Potencia como la que tarde o temprano seremos".

Los industrialistas salteños (y no me refiero a los industriales salteños), continúan sentados en los bares políticos setentistas esperando la llegada de la Industria Pesada de la que hablan los textos sagrados. Ni los kilos, ni las arrugas, ni la alopecia, ni las evidencias han de hacerles cambiar sus convicciones.

Estos industrialistas de salón de tanto trajinar los barrios en busca de votos esquivos, se han olvidado de visitar Las Lajitas, nuestros parques industriales, nuestras lecherías y explotaciones ganaderas. Y se niegan a admitir que hay países contemporáneamente exitosos (económica y socialmente exitosos) que tienen pocas chimeneas y avanzan produciendo servicios y comidas.

Su miopía les lleva a tolerar el centralismo industrialista que nos asfixia impidiéndonos convertir a Salta en un pequeño supermercado de alimentos. Su relato mitológico explica porque las empanadas estan siendo fabricadas en gran escala y exportadas al mundo desde Munro y no desde La Merced.

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