viernes, 3 de septiembre de 2010

Mestizaje en suelo ibérico

Las asimetrías o la manipulación de la historia nos impiden conocer muchos de los detalles relacionados con el descubrimiento de América. Mientras se debate acerca de los derechos actuales de los pueblos originarios, me asalta una inquietud ¿Qué habrá sido de la vida de los primeros aborígenes americanos que pisaron tierra europea?

Abundan los relatos y los documentos acerca de las aventuras y desventuras de los españoles, al menos de aquellos que investían la condición de principales, que llegaron con Cristóbal Colón y con quienes le sucedieron en la empresa de conquista y colonización.

Pero, salvo que fueron bautizados asignándosele nombres españoles, nada sabemos de la suerte de los primeros seis aborígenes que trasladó Colón a la presencia de los reyes católicos. Alguno habrá muerto de melancolía; otro víctima de enfermedades europeas; pero seguramente el más bizarro de ellos habrá enamorado a alguna doncella castellana, dando principio a una estirpe mestiza cuyos rastros se han perdido.

La segunda expedición estuvo integrada por los 300 americanos originarios (por llamarlos de un modo expresivo), que el mismo Almirante envió a la península para venderlos como esclavos, con la recomendación de que no le atiborraran de comida. Es sabido que muchos de ellos regresaron, pero ignoramos también sí, como es probable, antes de hacerlo enamoraron a andaluzas deseosas de descubrimientos íntimos.

Al deslizar estas hipótesis, únicamente pretendo llamar la atención acerca de una faceta ignorada del encuentro entre españoles conquistadores y aborígenes conquistados. Nadie duda del abundante mestizaje que se produjo en las tierras de América en donde los varones españoles uniéronse con aborígenes bellas y no tan bellas. Muchos recuerdan el apasionado amor, que terminó en formal casamiento, entre doña Inés, princesa Inca, y don Francisco de Pizarro.

Pero son pocas las huellas referidas a los primeros encuentros amorosos entre civilizaciones que se produjeron en las alcobas, los zaguanes o los pastizales ibéricos. Muy cerca nuestro, los triunfadores de la empresa de conquista, se ufanan, por ejemplo, de las hazañas amatorias de don Nicolás Severo de Isasmendi en tierras de Molinos, pero ocultan de manera vergonzante el poder de seducción que los bravos y esbeltos calchaquíes ejercieron sobre las damas blancas deslumbradas por la novedad o vencidas por su irrefrenable inclinación a lo distinto y sufriente.

En resumen: Es bueno conocer y admitir que el llamado descubrimiento de América (y más tarde, de Salta) dio lugar a un espléndido mestizaje, dictado por la oportunidad y el amor sin fronteras, y que se reprodujo luego en miles de encuentros. Un mestizaje creador y luminoso que continúa reproduciéndose entre nosotros, superando las taras del racismo y la discriminación e incluso, en ocasiones, las barreras de las clases.

lunes, 30 de agosto de 2010

"La vaquita atada" (en el aeropuerto)

Los aeropuertos de nuestro país son territorio dado a la especulación y a los abusos. Allí, pasajeros y acompañantes son víctimas de monopolios que aprovechan su poder para saquearlos. Así sucede, por ejemplo, en los bares y confiterías aeroportuarios, en los quioscos que expenden galletitas o agua, en los puestos de internet, en las playas de estacionamiento y, cuando los controles policiales se relajan, en los servicios de transporte terrestre.

En Salta la situación es especialmente indignante. Salvo quizá en la oportuna librería, los pasajeros soportan precios abusivos en todos los comercios del área. Para colmo, los titulares del monopolio para vender agua y bebidas refrescantes han proscripto las máquinas expendedoras que son comunes en todos los aeropuertos del mundo.

De modo que sin un paisano es asaltado por una sed imperiosa o decide comerse el sándwich que se trajo de casa, no tiene más remedio que pagar lo que se le antoja al todopoderoso propietario que, dicho sea de paso, detenta varias concesiones.

Nuestro aeropuerto carece del servicio wi-fi y es de suponer que cuando sea implantado se convertirá en una beca más para los mismos.

La playa de estacionamiento es también un negocio fácil para estos mismos, que se han dado recientemente a la tarea de fijar reglas y tarifas para cerrar el paso a los ingeniosos usuarios que procuran burlar el monopolio. Si usted, amable oyente, decide ingresar para averiguar a qué hora llega su novia o su cliente, y luego regresa justo a tiempo para recogerla, no podrá disfrutar de la franquicia que ampara a los 15 primeros minutos de estadía.

Si tropieza con una demora de los vuelos o si llega con tiempo para disfrutar un rato en las adyacencias del aeropuerto sin ingresar a la voraz playa, se encontrará con severas restricciones para estacionar en los sitios públicos que rodean el recinto donde imperan los monopolios.

Los pasajeros que arriban a nuestro aeropuerto, que para muchos despistados sigue llamándose El Aybal, y que no tienen más remedio que salir de allí en un medio de transporte público, caen en las redes entretejidas por aquellos mismos. O sea, tributarán al afortunado concesionario, tanto si optan por el minibús como si se deciden por un remisse. Quiero decir que pagaran lo que cuesta el viaje más el diezmo o gabela anexa al monopolio.

Las quejas crecen entre los usuarios habituales u ocasionales. Y es probable que el señor ministro de Turismo y Cultura, cuando anunció el fin del monopolio del transporte afirmando que en Salta nadie tiene la vaquita atada, haya percibido este malestar.

Quisiera felicitar al señor ministro por esta medida y por su discurso antimonopólico; no sin antes recordarle que, lamentablemente, en Salta quedan muchos que tienen la vaquita atada gracias a mercedes, antiguas y recientes, que convalidan quienes detentan el poder.

(Para FM Aries)

domingo, 29 de agosto de 2010

Turbulencias sociales en el horitzonte salteño

Los movimientos sociales suelen parecerse a los ríos de montaña. De repente, sin previo aviso, abandonan su curso apacible y explotan arrasando piedras, árboles, animales y todo lo que se le ponga por delante. A veces estas explosiones se retrasan años, pero tarde o temprano se verifican certificando que forman parte del plan eterno, muchas de cuyas claves nos son desconocidas.

Las predicciones de los servicios meteorológicos o de los estudiosos fallan más que aciertan y, a decir verdad, sirve de poco.

En el terreno de los movimientos sociales, sí que a veces es posible adelantarse a los acontecimientos. Lo es, en tanto existen indicadores suficientes que, cuando impactan en la piel de políticos sensibles y experimentados, permiten adoptar medidas correctoras en resguardo de la paz social.

El fenómeno de la exclusión social tiene en Salta, como he recordado en otras oportunidades, dimensiones y características que preanuncian grandes tensiones más o menos cercanas en el tiempo. Abordarlo con medidas adecuadas para instalar o reinstalar a decenas de miles de salteños en el mundo de los derechos, las oportunidades, la dignidad y el bienestar, es una responsabilidad de quienes nos gobiernan, y también de todos y cada uno de nosotros.

En primer lugar por pura coherencia con el programa constitucional que manda construir el bienestar general y garantiza derechos fundamentales de dignidad, tanto como por la necesidad de dar respuesta a imperativos cívico-morales. Pero también porque es siempre imperioso evitar estallidos que destruyen y dejan secuelas de difícil reparación.

Quizá nos hemos acostumbrado a vivir y convivir con esta especie de precario equilibrio montado sobre las dádivas y la mansedumbre de ese ejército de hombres y mujeres que soportan el calvario de la exclusión o la amenaza de caerse de aquel mundo de los derechos y de las oportunidades.

Cualquiera que revise los programas o ambule por las oficinas que el Estado nacional, provincial o municipal tiene para atender a las personas en situación de pobreza extrema, a los niños y jóvenes atrapados por la droga o el delito, a las familias destruidas, a los ancianos solos, a los que viven en taperas, a los que sufren el frio, advertirá su insuficiencia, su precariedad y su generalizada ineficacia.

Salta goza de índices muy bajos de criminalidad y de conflictividad social. Sobre todo si se la compra con zonas del país que cuentan con un mapa social parecido al nuestro. Pero nadie en su sano juicio puede reposar en esta tranquilidad aparente, sin advertir que poco falta para que arraiguen aquí las fuerzas que manipulan a los excluidos usándolos, sin desdeñar la violencia, para sus descabellados planes.

El señor Gobernador debería dedicar menos tiempo a operaciones de imagen y ponerse al frente de una auténtica política de inclusión social.

(Para FM Aries)