jueves, 27 de mayo de 2010

Martinez de Hoz

Carezco de toda simpatía por la ley del talión. Tanto en su versión clásica ("ojo por ojo, diente por diente"), como en cualquiera de sus versiones modernas. Señaladamente por aquella que reza "persigo y daño mientras pueda a aquel que me persiguió y daño mientras pudo".

En realidad, esta antigua ley es expresión burda de la venganza y del odio individual o grupal. La versión moderna que cito, añade un elemento más de crueldad: la pretensión de ejercer la venganza eternamente o, al menos, mientras lo permitan las circunstancias fácticas o políticas.

Vale decir tan antipática ley pregona, además, la desaparición del instituto de la prescripción en un cruel intento de plasmar en el ordenamiento legal el odio infinito.

Se trata, a mi modo de ver, de la simple y llana abolición de todo el derecho penal moderno y, como tal, parece anclada en pequeños círculos o anida en individuos poseídos por la ira tan infecunda como peligrosa.

Sin embargo, todas las alertas cívicas deben encenderse cuando la Ley del Talión se instalada en un gobierno o amenaza con intoxicar a la administración de justicia de los modernos estados democráticos y de derecho.

La reciente detención preventiva del ex ministro de la dictadura, doctor José Alfredo Martínez de Hoz, reclamada por la más alta magistratura ejecutiva (en abierto desprecio a la división de los poderes) y dispuesta por un juez federal, suena a cruel y tardía venganza, como lo ha explicado el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aíres, en declaración que no puedo menos que compartir.

Quizá sea preciso advertir que nada, ideológico, histórico o político, me une al detenido. Me separan del doctor Martínez de Hoz su activa y determinante adhesión al golpe militar de 1976, su política económica, laboral y sindical, su silencio frente a los crímenes aberrantes cometidos en sus tiempos de ministro.

Pero no puedo asistir en silencio al espectáculo que brindan los ocasionales triunfadores de la atroz guerra desatada en los años 70 abusando del poder para castigar a sus enemigos de entonces y de ahora.

Extraño "progresismo" este que nos gobierna convencido de la necesidad y bondad de implantar un derecho penal fundado en el odio para los vencidos y otro derecho penal benigno para los vencedores.

Soy de los que piensan que los militares liderados por la Junta de 1976, además de sus crímenes, arrastran la responsabilidad de haber derrocado a un gobierno -malo, pero constitucional-, plegándose, en ambos casos, a la lógica salvaje de quienes ejercieron el terrorismo con la pretensión de imponer sus ciertamente pobres ideas.

Cuando los militares de brazo armado de la república se transformaron en dictadores, cuando de soldados de la ley se rebajaron al secuestro y la tortura, hicieron un daño inconmensurable a la Nación y a la institución Fuerzas Armadas. Su fracaso comenzó, precisamente, cuando se plegaron a los métodos que decían combatir.

De allí que la democracia no pueda ni deba pagar con la misma moneda a quienes despreciaron la ley. El doctor José Alfredo Martínez de Hoz, más allá de su ideología y de su historia, merece todas las garantías del Estado democrático de derecho.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Colegio Nacional de Salta

Que nuestra profesora de música del secundario vuelva, cincuenta años después, a dirigirnos mientras cantamos el Himno Nacional es ciertamente un hecho inusual, pero de enorme significación emotiva. Tanto como asistir al ingreso de la bandera argentina portada con singular gallardía por el doctor José Vicente Solá, egresado en 1949.

Tuve, días atrás, la fortuna de vivir ambos acontecimientos cuando el ilustre Colegio Nacional de Salta convoco a profesores en actividad y retirados (Pastora Alderete de Torino y Miguel Korsatz, entre otros) así como a alumnos actuales y antiguos, con el propósito de celebrar el bicentenario de la nación argentina.

Se respiraba en el ambiente, y así lo expresaron los oradores, un reconocimiento unánime a la labor educativa e integradora del Colegio a lo largo de su más de 140 años de vida. Es que, por encima de los avatares políticos (que dividieron y dividen a los argentinos en bandos irreconciliados), y más allá de situaciones anecdóticas, el Colegio supo mantener su identidad pluralista y tolerante.

Si bien no tengo a mano datos que me permitan medir los estándares de calidad de la educación que se imparte hoy en sus aulas, creo firmemente que la enseñanza recibida por quienes cursamos el Secundario en los años 60 y 70, fue de alta calidad. Y lo fue tanto en los asuntos puramente académicos como en aquellos vinculados con la formación cívica, los valores y con el objetivo de la integración social.

Centrándome en el tiempo que viví como alumno, diré que por sus queridas aulas pasaron profesores que conocían a fondo sus materias y el arte de enseñar, y alumnos que sobresalieron luego en su trayectoria como hombres de bien o como profesionales de alto rendimiento.

Y añadiré que los clubes colegiales fueron, mientras existieron, escuela de participación democrática, de convivencia en la diversidad y, como no, de activismo cívico. A su vez, las actividades sociales (pienso en las célebres Veladas o en las procesiones de antorchas, recordadas por Fernando Saravia Toledo) y deportivas (recuerdo a nuestro invicto equipo de voleibol femenino) contribuyeron al desarrollo de las personalidades de los alumnos, y al florecimiento de aquellos añorados y fantásticos amores de estudiantes.

Como nadie tuvo ocasión de acordarse de ellas, permítanme ustedes un cálido homenaje a mis bellas compañeras elegidas reinas de los estudiantes y cuyos nombres omito (deslizo sólo el de Violeta) para no sobresaltar a sus nietos, aunque los recuerdo al igual que sus rostros y andares. Bellezas irrepetibles y que muchos de nosotros llevamos en triunfales carrozas por el centro de la ciudad.

En síntesis, una jornada emotiva, vivida alrededor de una de nuestras patrias más unificadoras, el colegio secundario y, en este caso, el Colegio Nacional de Salta.

(Para FM Aries)