sábado, 22 de mayo de 2010

El reto de incluir a los excluídos

Una requisitoria académica me propone el desafío de pensar acerca del futuro del trabajo en la Argentina. Al hacerlo, me invade una sensación de vértigo que proviene de los datos contemporáneos y de su proyección tanto en lo que se refieren a la Argentina como conjunto nacional, como cuando el pensamiento se centra en Salta y su futuro.

Me asiste la convicción de que en el inmenso territorio argentino coexisten dos países. Pero no se trata ya de aquella clásica división que por años enfrentó al puerto con el interior, sino de una división que atiende a la distribución del acceso a los valores, a los bienes materiales y espirituales, a los derechos fundamentales y, en última instancia, a la dignidad.

Las cifras más confiables muestran que casi 15 millones de hombres y mujeres que habitan en nuestro territorio nacional están excluidos o en riesgo de exclusión respecto de aquellos valores y derechos.

Esta profunda división social que separa a incluidos y excluidos, tiene muchos puntos de contacto con las categorías más usuales que se construyen alrededor de los binomios riqueza/pobreza o empleo/desempleo, pero las supera y desborda. Estar excluido es más grave que ser pobre o desocupado, en tanto significa la imposibilidad de acceder a la dinámica que conduce al bienestar dignificante.

Desde hace casi 40 años, las políticas púbicas no aciertan a la hora de fijar un itinerario que conduzca a incluir a esos millones de hombres y mujeres impedidos de participar en los beneficios de la liberad y del bienestar. Tan pertinaz desacierto tiene que ver, a mi criterio, con el diseño de medidas que no atinan a definir exactamente el problema, considerándolo pura y simplemente como un problema material, de carencias de rentas mínimas y de bienes básicos.

Sin embargo, una cosa es abordar el problema del desempleo de personas de algún modo insertas en la cultura del trabajo, y otra muy distinta es facilitar el acceso al empleo a las personas que, por razones históricas, sociales y familiares, han devenido inempleables.

Incluso, como lo muestra la experiencia inmediata, la educación básica común se revela incapaz de cumplir sus metas cuando debe atender a niños y jóvenes que provienen de aquel mundo terrible de los excluidos. Nuestros maestros, programas ni manuales están preparados para hacer frente a un desafío inédito por su magnitud.

Por razones vinculadas con la justicia y el futuro de la república, pero también por motivos económicos, la Argentina precisa incorporar a esos 15 millones de personas al proceso productivo. Incorporarlos también a la dinámica cívico-democrática para que dejen de ser masa al servicio de caudillos que, despreciándoles, les asisten para mantenerlos en su estado de exclusión.

El futuro demanda, entonces, nuevas políticas de educación y empleo especialmente diseñadas para lograr la cohesión social. Un desafío que reclama un amplio consenso político y la decisión de escuchar a quienes padecen las consecuencias de la exclusión.

jueves, 20 de mayo de 2010

Belleza y dandysmo salteño en el cine nacional

Desde un punto de vista algo sesgado, podría decirse que la producción cultural de Salta está centrada en la poesía y en el canto folclórico. Pero una afirmación tal resulta, además de sesgada, inexacta.

Al menos en tanto pretende ignorar el renacimiento de los ensayistas, como lo acredita la cantidad y calidad de los que se han presentado al concurso convocado por la Fundación COSMOSALTA, o el contemporáneo florecimiento de nuestro cine de la mano de Lucrecia MARTEL y Alejandro ARROZ, por señalar los casos más expresivos.

Como sabemos, la historia del cine en Salta está aún por escribirse. Tanto en lo que se refiere a su desembarco en nuestra provincia, como en lo que atañe a los emprendimientos cinematográficos locales o a las producciones extranjeras que aprovecharon nuestras bellezas naturales y la buena voluntad de nuestros extras.

Quién más quién menos, tiene obvias noticias de TARAS BULBA filmada en las serranías de San Lorenzo y Lesser, aprovechando el parecido físico que vincula a los salteños con los cosacos y otras etnias euroasiáticas. Hay quienes están también al tanto de los éxitos de Cástulo Guerra en los escenarios estadounidenses, o de Delia Vargas en nuestros teatros y nuestro cine.

Pero la mayoría ignora la identidad de nuestros extras más destacados, y muy pocos son los que saben de otras aventuras cinematográficas protagonizadas por salteños.

El caso es que en esta semana me sorprendieron sendas noticias de una dama salteña y de un caballero salteño, vinculados al cine nacional.

En mi ignorancia, nunca había oído hablar siquiera de “Cerro Guanaco” la película dirigida por José Ramón Luna con música de Eduardo Falú y filmada en Catamarca en 1959. Para los salteños sesentistas, esta película prácticamente inhallable, tiene un atractivo mayúsculo: Ver en escena a una bellísima comprovinciana nacida en el norte de la Provincia de padres alemanes. Me refiero a Karen KNUTH, hoy retirada de los escenarios y que en “Cerro Guanaco” comparte cartel nada menos que con Floren Del Bene y Francisco de Paula.

La segunda de las películas cuyos vínculos con Salta desconocía es “Horizontes de piedra” que dirigió Román VIÑOLY BARRETO, sobre el libro “Cerro Bayo” de Atahualpa YUPANQUI, que fuera filmada en 1956 y premiada en el festival de Karlovy
> Vary (ciudad de la entonces Checoeslovaquia). En este caso, el nexo es el doctor Alberto Medrano Ortiz, por ese entonces un joven apuesto, un verdadero dandy, que residía en la calle Leguizamón al 400 y que, en tal carácter, tuvo la fortuna de frecuentar nada menos que a Julia Sandoval, primera actriz de “Horizontes de Piedra”.

Estos dos salteños, casi accidentales actores del cine argentino, trajinan aún, afortunadamente, nuestras calles, frecuentan el mismo café bizarro y lucen sus figuras cargadas de recuerdos, de prestancia y de sabiduría.

(Para FM Aries)

lunes, 17 de mayo de 2010

"El asesinato político de ZP"

El diario EL PAIS de Madrid, en su edición de hoy, publica un artículo de José Luis Alvarez que quisiera recomendar a mis lectores. Lo he leído pensando (también) en la Argentina de 2001 en donde, en circunstancias parecidas, uno de los "asesinados" fue el Presidente de la Rua.

Las sociedades primitivas, en momentos de desconcierto o terror, cuando la escasez de recursos provoca la lucha entre sus distintos grupos de manera que la supervivencia de toda la comunidad está en juego, reaccionan de modo unitario, seleccionando y asesinando a un chivo expiatorio. En el ritual común de violencia, las ilusiones se unifican y renuevan con la esperanza de que, eliminada la encarnación personalizada del desastre o amenaza, todo volverá a la normalidad.

ver contenido en ELPAÍS.com

La casa de Leguizamón, un monumento abandonado

Una de las formas de medir el grado de civilización de cualquier comunidad consiste en averiguar la conducta colectiva respecto de su pasado y, en lo que aquí interesa, establecer los esfuerzos que dedica a preservar sus monumentos.

Desde esta óptica, y a juzgar por el desdén de las autoridades y de buena parte de la población ante el implacable derribo de las casonas céntricas que simbolizaron el estilo de nuestra ciudad, Salta sale muy mal parada. La destrucción de nuestro patrimonio urbano histórico es, a todas luces, un acto de irresponsabilidad que nos acerca a las sociedades más desaprensivas y bárbaras.

Parece claro que estamos frente a un caso de responsabilidades compartidas. Entre los gobiernos (provincial, nacional y municipal), lastrados por una singular incapacidad; los especuladores, que aprovechan para enriquecerse a contramano del interés general; y una ciudadanía que, salvo honrosas excepciones, asiste impávida al espectáculo depredador.

Este brevísimo inventario de responsabilidades no estaría completo si omitiera la que cabe a los dineros que corrompen a funcionarios para que hagan la vista gorda, omitan las reformas imprescindibles, o toleren el incumplimiento de normas.

Pero el caso de la bellísima casa llamada de Leguizamón, ubicada en la esquina de Caseros y Florida, es un asunto de pura incompetencia estatal, agravada por el hecho de que se trata de uno de los elementos más valiosos de nuestro patrimonio histórico.

La implacable degradación del inmueble se produce, desde hace lustros, a la vista de todos los que circulamos por la populosa esquina. De vez en cuando, algún funcionario atina a apuntalar el edificio con horribles palos; otro se atreve a inventariar los muebles salvados de la rapiña; y a uno acaba de ocurrírsele tapar el edificio con modernas imágenes estampadas en tela.

Mientras, el agua y el tiempo hacen su trabajo sobre la que supo ser una de las residencias más refinadas de la Salta colonial. Construida con el adobe de la época, la casa de Leguizamón reproducía -a escala- el buen gusto, el lujo y las comodidades que rodeaban a las familias de la aristocracia europea.

Los escasos salteños que aún viven y que llegaron a conocer sus salones, su mobiliario, su vajilla, sus elementos de iluminación, sus aparatos de música y su decorado, podrían dar fe de las bellas condiciones que adornaron la casa hoy en ruinas.

Pero nuestra burocracia está, desde hace mucho tiempo, reñida con la estética. Y se pierde ahora en litigios de incompetencia en donde todos se pasan el expediente que, como brasa ardiente, comienza a atemorizar al Gobernador, al Intendente y al Secretario de Cultura de la Nación.

Ahora, la prioridad es que, si la casa se viene abajo, el hecho ocurra bajo otra jurisdicción. Se trata, entonces y una vez más, de zafar. Olvidando que el desafío es restaurar, preservar y devolver al patrimonio común un inmueble que, además, enriquecería nuestros atractivos turísticos.