viernes, 12 de marzo de 2010

La burocracia salteña

Advirtiendo, quizá, las debilidades que muestra la Administración Provincial como ente sujeto al derecho, el señor Gobernador ha ordenado crear una Escuela orientada a mejorar la formación en derecho administrativo de sus funcionarios.

La idea parece buena y, andando el tiempo, podría mejorar las reglas administrativas, la tramitación de los expedientes, y las respuestas que el Estado Provincial brinda a los ciudadanos que deben actuar ante sus ventanillas.

Hoy la dinámica burocrática espanta. Por la pasmosa lentitud, por la escasa preparación de amplios segmentos de funcionarios, por la discrecionalidad a la hora de adoptar decisiones importantes y decisiones minúsculas, por el amiguismo.

También, como no, por el abandono de las formas elementales de urbanidad que se advierte en ciertas oficinas atestadas de sanguchitos de miga, de galletitas dulces o saladas, mates, vendedores ambulantes de ropa interior femenina, de pancheros, de estampas de sonrientes candidatos y ex candidatos, de ídolos deportivos discutibles, de papeles amarillentos y de equipamiento remanente del siglo XIX.

La Administración salteña, salvo en par de excepciones, no funciona al ritmo de los tiempos ni está en condiciones de acompañar (menos de promover) el desarrollo económico o las demandas de servicios públicos esenciales.

Los reglamentos, que no siempre se publican, son farragosos o responden a la súbita inspiración del jefe de turno. Como aquel que obliga a las asociaciones civiles a celebrar un contrato de locación o arrendamiento con quién buenamente se presta a brindar su domicilio para que la entidad reciba notificaciones.

Las reparticiones informan mal al ciudadano. Más aún, lo desorientan con criterios volátiles y arbitrarios. En varias oficinas se piensa que un buen empleado es aquel que, por un mismo asunto, hace volver 3 o 4 veces al administrado. En muchas ventanillas se ignora la obligación de recibir los escritos del ciudadano o se omite hacerle conocer su derecho a recurrir y los plazos para ello.

Ojalá la Escuela del Gobernador sirva para algo. Quizá para cosas simples: como sugerir al Boletín Oficial que incorpore índices anuales, algo tan imprescindible como extremadamente sencillo gracias a la informática; o poner orden en el penoso caos que reina en los expedientes de la ex Caja Provincial de Jubilaciones; o avanzar en la informatización de legajos nuevos y antiguos.

(Para FM Aries)

lunes, 8 de marzo de 2010

Bulevares salteños

Las ciudades suelen evolucionar o retroceder siguiendo la voluntad de su gente y el talento o los caprichos de los intendentes de turno que, en principio, se mueven siguiendo pautas doctrinarias.

Sin embargo el caso de los bulevares salteños no resiste el análisis basado en las pertenencias ideológicas.

Veamos sino. Como recuerdan los memoriosos, nuestras avenidas Belgrano y Sarmiento atravesaron diversas etapas. Primero fueron improvisados tagaretes y cloacas informales; más tarde se transformaron en pretenciosos bulevares. Hasta que un buen día, un atildado Intendente conservador decidió derribar árboles y veredas centrales, para favorecer a su majestad el automóvil.

Por aquel tiempo refundacional, nadie rechistó, pues cualquier oposición estaba prohibida y las finas maneras del Intendente, emblema de progreso y del buen gusto, disuadían incluso a los más avispados vecinos.

Contrariando lo que su supone mandan las ideologías, un Intendente peronista, nacido en la Colonia Santa Rosa, decidió rectificar el erróneo progresismo de su lejano antecesor y tuvo la feliz idea de reponer el bulevar en la avenida Sarmiento.

Esta hermosa calle, que albergó al Ché Guevara de paso por Salta, que acunó a bellas maestras sesentistas poetas de la inmensidad, y en cuyo extremo menos iluminado se desarrollaron audaces romances juveniles, recupera su antiguo esplendor, adornada de árboles incipientes, de adoquines primitivos y de farolas coloniales.

Como faltar, faltan muchas cosas. Por ejemplo soterrar las vías del ferrocarril, completar su semaforización y mejorar la señalética urbana. También, repetir la idea en la no menos bella avenida Belgrano. Y, como no, regenerar la avenida Entre Ríos eliminando malos olores y saneando el pavimento.

Pero todo el inagotable inventario de carencias urbanas no alcanza para retacear una calurosa felicitación al señor Miguel Isa. Por adoptar una buena idea, por su capacidad para llevarla a cabo, por haberla supervisado personalmente, y por desmentir a quienes piensan que peronismo es siempre sinónimo de mal gusto.

(Para FM Aries)