lunes, 4 de octubre de 2010

Lenguaje y gastronomía en Salta

Hay, si se me permite simplificar, dos modos de percibir los cambios en los usos y costumbres. Uno exige el paso de los años (en el sentido de que para advertirlos es preciso conocer lo anterior y lo nuevo). El otro, es la observación sociológica.

Permítanme referirme hoy a dos terrenos en donde, a mi modo de ver, los cambios se suceden vertiginosamente.

El primero tiene que ver con el lenguaje cotidiano. El habla de los salteños, aun manteniendo algunas de sus características esenciales, cambia a diario. Unas veces para enriquecer la comunicación humana, otras empobreciendo el lenguaje.

La globalización de los medios de comunicación erosiona todos los lenguajes coloquiales y tiende a abrir espacios homogéneos. Así, de repente, giros y palabras venidas de otras latitudes desembarcan y hacen época en Salta para congoja de los tradicionalistas y puristas que tienden a ignorar las distancias que siempre separaron a nuestro castellano del que se habla, por ejemplo, en Valladolid.

Palabras rigurosas como espléndido, magnífico, excelente, han sido reemplazadas por el exasperante “de dié”. Los superlativos que trabajosamente enseñan los profesores de lengua van quedando en el olvido, desde que basta anteponer la partícula “re” para enfatizar sentimientos (“te re-adoro”, “me re-copa”, “me re-indigna”). Las antiguas frases, cargadas de poesía insinuante, usadas para acordar citas amorosas, dejan paso a giros escuetos y ambiguos: “a ver cuándo nos vemo” o “cuándo tomamo un café” o "vamo a chapá".

Nuestra incapacidad para resumir ideas ha popularizado la frase “todo un tema”, que se usa precisamente para cerrar o postergar indefinidamente el tratamiento de ese tema. A su vez, nuestro poder de síntesis apela a la frase “se pudrió todo” para graficar derrotas y fracasos.

El segundo de los espacios donde se producen cambios cotidianos es en el de la gastronomía.
El escueto repertorio de nuestras abuelas, centrado en el maíz y en el dulce de leche, está siendo reemplazado por sofisticadas creaciones de una joven y pujante generación de chefs que invaden todo tipo de restaurantes y de eventos.

Y no me refiero aquí a las herejías como aquella de añadir remolacha al locro o de proponer empanadas de acelga, sino a nuevos productos que a veces importan recetas y otras innovan introduciendo materiales autóctonos como la coca, la quínoa, la chía o los Yacones.

Incluso los tradicionales cócteles con vino en damajuana, sanguchitos de miga, salchichas, milanesa, mortadela y queso criollo, han sido arrumbados en beneficio de dátiles con queso de cabra, aceitunas rellenas con salmón, arrolladitos de quesillo con ciruelas. En fin, nos queda al menos la posibilidad de alternar lo nuevo con nostálgicas escapadas al mejor pasado gastronómico.

(FM Aries)

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