jueves, 27 de agosto de 2009

De peones a obreros

Desde el punto de vista laboral, el modelo productivo que sobrellevamos desde 1930, fue el resultado del desempleo rural y de salarios urbanos que incentivaron las migraciones internas e internacionales.

En realidad, el famoso Estatuto del Peón, que en su día sirvió para aliviar las miserias de los trabajadores del campo, no es más que una pieza de aquel modelo que Salta, junto a todo el norte argentino, padeció y padece.

Si, como dicen los nuevos empresarios rurales, las explotaciones agropecuarias son hoy organizaciones modernas que incorporan inversiones, tecnologías y gerencias profesionales, resulta anacrónico un régimen laboral como el del Estatuto del Peón.

En aquel nuevo modelo productivo que vengo esbozando, los trabajadores del campo se incorporarán al ordenamiento laboral ordinario y tendrán derecho a negociar sus salarios en iguales condiciones que los obreros industriales.

Así como las enormes rentas que producirá el Gran Supermercado de Alimentos Argentinos no serán expropiadas por el Estado (como viene sucediendo hasta hoy a través de las retenciones), deberán abrirse a la participación de los nuevos asalariados rurales tanto como a una nueva fiscalidad municipal.

Los buenos salarios retribuirán la productividad, permitirán condiciones de vida digna, e incentivarán el retorno de obreros a los centros de trabajo erigidos en pueblos y ciudades reconstruidos para servir a la nueva economía agroindustrial.

Por supuesto, tales incentivos transformarán nuestros mapas demográfico, electoral y sindical.

No tendrán cabida en él ninguno de los gordos que viven del viejo modelo y sus negocios conexos.

Los nuevos trabajadores del campo provendrán de las ciudades. Tanto si tienen experiencia industrial como si viven hacinados, esperando un bolsón o unas chapas que el puntero les acerca a cambio de su voto o de su esperanza. Muy fuerte, ¿no?

(Para FM Arias)

miércoles, 26 de agosto de 2009

Mas sobre un nuevo "modelo productivo"

En columnas anteriores me referí a la necesidad de definir un nuevo modelo productivo que reemplace al que sobrellevamos desde 1930.

La idea consiste, en lo esencial, en aprovechar las nuevas oportunidades que el mundo ofrece a las regiones productoras de alimentos y de energía. Este nuevo modelo nos instalaría como un inmenso supermercado capaz de alimentar a millones de seres humanos, y nos permitiría abolir la pobreza local y re-equilibrar demográfica y políticamente a nuestra república.

Avanzar en esta ambiciosa dirección requiere consagrar en 2011 a un Gobierno muy distinto del actual. Un equipo capaz de instalarnos ventajosamente en el mundo así como de gobernar; vale decir, de fijar un rumbo superando los estrechos limites implícitos en la resignada administración de las crisis, los conflictos y la pobreza.

Pero precisa también y desde ahora, la apertura de un elevado debate donde nuestros pensadores y expertos llenen de contenido a este nuevo modelo que alumbrará, además, un nuevo orden de convivencia y de organización territorial.

Conviene recordar que en aquel año fundacional (me refiero a 1930) la Argentina padeció la Gran Crisis Mundial, experimentó una drástica caída de su riqueza agropecuaria, fundó industrias al margen de la lógica de la productividad, instaló la cultura estatista y consolidó a Buenos Aires como la cabeza de Goliat.

Imagino un modelo productivo impulsado por un nuevo Estado y liderado por un gobierno de unidad nacional que cuente con la participación activa de las fuerzas económicas y sociales.

Su construcción depende de conceptos relativamente sencillos, tales como Federalismo, Productividad, Equidad. Tanto como de la definición de incentivos eficaces que nos conduzcan a los objetivos.

Dedicaré la próxima columna a presentar ideas acerca de los incentivos salariales.

(Para FM Aries)

martes, 25 de agosto de 2009

Envejecer es aterrizar

Pese a las leyes del determinismo biológico, envejecer es una aventura singular y apasionante. Un avatar que transcurre desbordando planes, extinguiendo ilusiones y alumbrando acechanzas.

De un tiempo a esta parte tiendo a equiparar el envejecimiento con un aterrizaje donde cada uno es su propio piloto condenado a operar sin mayores instrumentos.

Porque este singular aterrizaje, que nos conduce nada menos que a la muerte, avanza sin que sirvan de mucho las experiencias ajenas, los libros de auto-ayuda, ni las guías espirituales.

Lo cierto es que, con los años, casi todo cambia. Y que estos cambios se aceleran a medida que caen las décadas de toda biografía personal.

El pelo se encanece o evapora. La piel tiende a apergaminarse. Antiguos amores y amistades emigran antes de tiempo. La memoria y la voluntad comienzan a vacilar. El erotismo se reconvierte. El tiempo que resta adquiere mayor valor. El espíritu se serena y aconseja condonar deudas pendientes. En suma, un proceso fascinante.

Hay quienes lo abordan con serenidad. Otros recurren a la cirugía, a la farmacia o las esteticistas buscando reparar averías.

Mi receta es ciertamente distinta: Intento actuar con la concentración propia de quién pilota un Jumbo. Interrogo a mis amigos mayores. Releo a Chateaubriand. Escaneo mi alma en busca de brechas y la higienizo periódicamente. Reemplazo la dieta calchaquí por la dieta mediterránea. Mantengo actualizado mi testamento vital.

Pero estas precauciones son nada comparadas con la de uno de mis amigos que retoca día a día la lista de oradores que deberán despedirle en el Cementerio de la Santa Cruz. O de aquel otro que convocó a sus amigos y, en su lecho de muerte, rezó su propio responso.

(Para FM Aries)